lundi 2 novembre 2009

Venezuela, tierra de variedades


El Roraima es el tepuy más alto de Venezuela. También el más famoso. De todas estas mesetas típicas de aquí, "La madre de todas las aguas", es la que mas misterio lleva, tanto por las leyendas que le acompañan como por lo remota que es: pisar la cima es como cambiar de mundo, estar a mitad de camino entre tierra salvaje y luna. Formaciones rocosas de arenisca negra dibujan valles, colinas, cascadas, bañeras y laberintos fatales a cualquier turista demasiado atrevido cuando cae la niebla, densa y fría. Allí sobreviven muchas plantas apenas conocidas, por no existir en casi ninguna otra parte, y especies endémicas, como esta ranita negra que mide como mucho centímetro y medio. Y desde arriba, con cielo despejado (es decir suerte), las vistas sobre la jungla de Guyana son espectaculares: la nobleza de la naturaleza virgen, selva y cataratas. No extraña que el Roraima le haya inspirado A. Conan Doyle "El Mundo Perdido".


Choroní, pequeño pueblo costeño al oeste de la capital, es tierra caribeña. Llegar aquí después de Caracas, es como cambiar de país. No solamente ha aparecido la playa de postal, sino que cambiado ritmo, lento y relajado, y gente: aquí hay mestizaje caribeño, los orígenes son africanos y las pieles más oscuras. Chuao, pueblo vecino cuyo único modo de acceso es la lancha y que produce el mejor cacao del mundo (andad, no lo pongáis en duda, es una de las pocas cosas que produce Venezuela…), vive no solamente en otro país, sino también en otro siglo. Aquí el tiempo toma su tiempo, por mucha prisa que tenga alrededor.

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